Xavier González d’Egara
PINTOR
       Xavier González d’Egara (Terrassa, 1980) es un autodidacta apasionado y reside en Berlín. Aproveché su última estancia en la ciudad para conversar con él, respecto al alto interés que despertó y la ruptura provocada por su exposición, “The Three Seasons”, en la Imitate Modern Gallery de Londres, el pasado abril, en la que presentó una serie de pinturas inspiradas a partir de su experiencia visual acumulada, al escuchar 18 tracks, de música techno, de artistas como Plastikman, Carl Craig o Nathan Fake, entre muchos otros.
Texto St Xavier Octavius
Photo Alessia Laudoni
"…La música me ha inspirado siempre, mi mentalidad y mi sensibilidad es musical no pictórica…"

Parc del Forum – Poblenou 
"…Para mí, en el fondo, todo es lo mismo. Me interesa la unión, la intersección, el punto ese donde nace el impulso que alimenta mi espíritu…"

     González D’Egara siempre se ha reconocido como pintor porque su abuelo que era enmarcador de cuadros y fan de la pintura, daba por supuesto que lo era, lo que le lleva, ya en su infancia, a identificar, de forma prematura, tres hitos: su primer dibujo de un domador de circo con bigotes, una conversación con su abuelo, en la que le alentaba, si quería ser pintor, a dibujar círculos hasta que le salieran redondos como el sol, y tiempo después, su primer cuadro, hechos que le reconfirman como un pintor precoz, aunque luego sufriera una ruptura total con lo pictórico, para volcarse, seguramente influenciado por la melomanía paterna, en crear música durante varios años. Retoma su idilio con la pintura hace diez años y desde entonces no ha dejado de producir, pintar y exponer. “The Three Seasons” es síntesis e intersección. Es la persecución del punto de unión entre tres disciplinas: pintura, música y poética por las que González d’Egara siente adoración y a las que aporta su palpitante y generosa visión sinestésica (puede adjudicar un color a cada sonido) la que, además de emocionarnos, nos ayuda a comprender que todo está vinculado con todo y a conectar con la esencia universal que todo impregna, no importa la disciplina y que, sobre todo, enriquece al espíritu.

Veo que guardas muchos recuerdos primarios relacionados con la pintura… Sí, en efecto. No olvidaré nunca mi primer dibujo, a los 6 años, de un domador con bigotes. Con el tiempo, he comprendido que no es curioso que yo también lleve bigote. Con esto quiero decir que cuando detecté mi primer impulso pictórico, asocié que la consecuencia de esto tenía que ser idéntico a lo que tenía que ser mi vida y realmente es así. Valoro ese momento porque destaco el idealismo natural que hay en el niño. Hay una fe pura, una convicción real que luego por desgracia se transforma en idealismo. Con la toma de consciencia vemos la diferencia entre el paraíso del niño y la idealización del adulto y la toma de consciencia del crecer.

Dices haber roto con la pintura, antes de la adolescencia y haber retomado tu pasión por ella al final de la adolescencia. Sí, rompí con la pintura y me he dedicado muchos años a hacer música, casi toda mi adolescencia. Dormía muy poco, he llegado a estar tres noches sin dormir para componer música e intentaba no ir al colegio. Esto duró hasta los 17 años, edad en la que dejé la casa de mis padres y estuve dos años seguidos componiendo una sinfonía clásica, cuando la terminé, me di cuenta que había una distancia muy grande entre lo que yo creía que tenía que ser la música o digamos la música que yo podía ofrecer y lo que era capaz de transmitir, no lograba el éxito porque mi música no trasmitía.

¿Cómo lo has vivido? Llegué muy decepcionado y bastante desesperado a casa de mi padre, un melómano con quien en aquel momento yo hablaba muy poco. Ha sido como una especie de tragedia tener que aceptar que la música no era mi sitio y cuando le conté que me sentía agobiado me dijo: -“¡pinta que de pequeño lo hacías muy bien!”. No sabía qué hacer, había renunciado al colegio, así que esa observación me dio una pista para borrar todo el tiempo que había existido entre ese cuadro que pinté a los seis años y todo el intento obsesivo y la sensación final de fracaso que duró casi once. Aliviado después de esa conversación, me puse a pintar y no he parado más.

Con “The Three Seasons” has vuelto a hacer música e incluso has ido un paso más allá. ¿Tu percepción con respecto a tu sitio y la música cambió? Sí, se podría decir que sí. La música me ha inspirado siempre, mi mentalidad y mi sensibilidad es musical no pictórica. Hasta el día de hoy siempre he pintado con música, desde el 2005 ha sido sólo con Bach porque para mí, musicalmente, es lo más elevado. A veces siento que ahora es como si estuviera transmutando y me estuviera convirtiendo en músico a través de la pintura. La música a diferencia de la pintura, por más que uno quiera, nunca podrá ser en solitario porque tiene una fuerte dependencia de una serie de recursos que la pintura no. Hace poco, un maestro me dijo que debería dejar de pintar con música y me lo estoy pensando…

Finalmente lograste la síntesis o fusión de tus dos discursos favoritos. En realidad eran tres las disciplinas, pero una, la poética, no aparece. Siempre sentí que mi generación sufre un conflicto endógeno y que es una generación muy poco esférica. Se encierra fácilmente en una sola posición de la totalidad de un sentimiento y está poco capacitada para alcanzar la esencia universal de la cosas, como si estuviéramos en el siglo XVIII, y nos cuesta mucho reconocerlo. Para mí, en el fondo, todo es lo mismo. No me interesa ni el cuadro, ni la música ni el poema, me interesa la unión, la intersección, el punto ese donde nace el impulso que alienta mi espíritu.

¿Cómo se fusiona música, pintura y poética en un mismo soporte? Desde niño tengo sinestesia, a cada sonido y entonación le adjudico de forma espontánea un tono particular de color. Es una disfunción mental, que aunque a veces me trae problemas, al mismo tiempo me ayuda a asociar el sonido con el color, lo que me permite siempre asociar fácil y naturalmente imágenes a la música o los sonidos que escucho.

Entonces con esta muestra has podido capitalizar una disfunción, pero este hecho particular ¿se relaciona con tu técnica pictórica en general? No, en absoluto. Esto es una consecuencia, pero no es mi técnica. Mi técnica es el rezo 100% aunque suene raro y sea muy complejo hablar de esto porque en realidad la gente, en general no sabe qué significa rezar. Yo, antes de pintar siempre rezo, es como repetir un mantra para instalarme en un biorritmo determinado, para así poder buscar inspiración y dejarme llevar. La idea es entrar en frecuencia de canal, quedarme instalado en esa frecuencia mántrica y participar lo menos posible en la obra, ser un mero transporte, un mero canal. Hacer de conducto y dejar que toda esa energía intangible que tiene que ver con el espíritu y cuestiones más elevadas puedan quedar plasmadas en algo material. Cuando pinto, no pienso absolutamente en nada, sólo en un impulso o un sentimiento que me interesa, pero para su desarrollo procuro no subjetivarlo.

Si decides no volver a pintar con música, ¿cómo canalizarás tu parte melómana y poética? ¿Te planteas una superación? Rotundamente, debo crear mi propia música. Llevo un año obsesionado con una frase de Nietzche “Di tu palabra y rómpete” (Así habló Zaratustra, 1885). Vivo cada día reflexionando sobre este verso. Ahora lo tengo muy claro, mi meta es esta. Me di cuenta que no me debo sustentar o apoyar en nada para decir mi propia y verdadera palabra, por lo que estoy obligado a sacar mi propia música. Lo tengo que llevar al extremo, al punto original, ser genuino. Interpretar la música de otro no me hace artista. No debería apoyarme en ninguna experiencia ni en ninguna canción. Lanzarse a la búsqueda de la creación real, es lo que lo hace todo verdaderamente genuino. Buscar el impulso genuino debería ser la meta de todos.



Entonces, ¿se puede considerar “The Three Seasons” como una transcripción pictórica de las imágenes que asociabas cuando escuchabas esas canciones? En cierta medida sí, pero no diría una transcripción pictórica de esas canciones, sino la experiencia que yo acumulé escuchando esas canciones. Más que por la canción, en sí misma, en cada cuadro existe un punto que pertenece a mi transcripción personal de la canción. Yo buscaba la universalidad, el vínculo universal que puede haber en cualquier obra y agregar lo que podía significar para mí. Buscar el punto de encuentro más mi visión personal. Sin duda que esta, ha sido la muestra más personal que he realizado hasta el momento.

¿Crees en que las tendencias sociales pueden influir en la obra de un artista? Sí, debería ser así. Considero que debería ser la meta máxima de un pintor o un artista. Jamás lo haría desde un punto de vista reivindicativo, pero superada la sacralización de tu espíritu individual, la pretensión tendría que ser explicar el mundo que nos rodea. Si algo tiene la obra de arte es que concede a nuestra civilización la posibilidad de interpretar a otras civilizaciones, es decir, la obra de arte en sí misma es un retrato de su civilización, si no es eso, es un delirio. El yo es pura universalidad, no hay nada más universal que el yo, por ello, ser artista y escapar de las tendencias sociales es imposible, incluso cuando se pretende crear desde mundos internos y personales, pues también están atravesados por nuestra cultura y nuestra personalidad forjada en la civilización que nos has tocado vivir. Los egipcios, por ejemplo, lo tenían tan claro que cada día al levantarse decían: “Hola universo” y no por respeto sino porque entendían que somos todos lo mismo y parte de lo mismo. La acción creativa debe venir a dar luz, no a recrearse en sí misma y a caer en la aberración de la autocomplacencia estética porque esto nada tiene que ver con la función del arte.

¿Por qué elegiste establecerte en Berlín? Por varias razones… La primera porque por lo poco que la conocía, en aquel entonces, me parecía una ciudad fácil, respetuosa, económica y con todo por hacer. Después porque, en general, los grandes pensadores a los que admiro, son alemanes. En el 2003 una exposición me llevó allí y, en aquel momento, me quedé a vivir durante poco más de seis meses. Después, cuando viví más tiempo y confirmé lo que pensaba y sentía y, además, sobre todo, porque de algún modo y durante un tiempo, supo formar parte de una resistencia al sistema capitalista y al progreso desmedido de este modelo, aunque ya está sucumbiendo, la atmósfera que se vive en la actualidad es la misma que se percibe en cualquier otra gran ciudad europea.

¿Crees que puede existir algún tipo de vínculo entre tu manera de pintar y el hecho de haber crecido en Barcelona? Seguramente sí, aunque pensando contigo ahora me doy cuenta que Barcelona me ha dejado muy pocos referentes estéticos. Mis referentes estéticos o sensibles siempre han formado parte del mundo alemán. Creo que he tenido un rechazo casi inmediato a la forma de pensar barcelonesa. Era inevitable que yo no participara de esto porque prematuramente encontré cierta ignorancia en Barcelona y nunca me ha sido fácil encontrar interlocutores válidos. Muchas veces encontraba interlocución en cosas que pasaban en la ciudad pero que no tenían que ver necesariamente con la ciudad como, por ejemplo, la música. Son cosas que sucedían aquí pero no nacían aquí, aunque curiosamente aquí se incubaban por lo que, si me preguntas qué influencia ha tenido para mí Barcelona es justamente esta contradicción entre continente y contenido y la capacidad innata que tiene para a veces generar continentes y no contenidos o viceversa. Esta dinámica me ha hecho siempre reflexionar mucho.

Para concluir considero que tu muestra “The Three Seasons” establece un antes y un después en tu carrera. ¿Qué percepción tienes? Sí, claramente, sobre todo por haber recibido el reconocimiento y la atención de gente de mi generación y creo que sucedió porque esta vez elegí referirme a una corriente, el techno, que se ubica en el mismo tiempo en que ejecuto la obra. Esto no se hubiera podido hacer hace diez años porque aún estábamos en la inercia del movimiento y aún no se sabía qué era el techno exactamente. Ahora, con toda una generación forjada y formada y el descenso del impulso primario permiten el espacio para la reflexión.

IN THE TREES -a Carl Craig song-.
100 x 100 cm. Technic mixed media on wood finished with oil.
DEATH STAR -a Mad Mike song-.
100 x 100 cm. Synthetic enamel on aluminium finished with oil.
DEMOLISH -a Cristian Vogel song-.
50 x 50 cm. Synthetic enamel on aluminium.
THIS BOY’S IN LOVE.-a Kevin Saunderson Remix-.
100 x 100 cm. Technic mixed media on wood finished with oil.
SPASTIK -a Plastikman song-.
100 x 100 cm. Synthetic enamel on aluminium.
SPLITTING ATOMS -a Luke Slater song-.
50 x 50 cm. Synthetic enamel on aluminium.
WOLKEN ZIEHEN -a Ellen Allien song-.
100 x 100 cm. Synthetic enamel on aluminium finished with oil.
SILENT CHORUS -a John Maus song-.
100 x 100 cm. Synthetic enamel on aluminium finished with oil.
NIGHT OF THE JAGUAR -a Dj Roland song.-
100 x 100 cm. Synthetic enamel on aluminium.